Considerando la heterogeneidad de los mitos etiológicos de la humanidad podemos darnos cuenta que quienes relataban esos mitos requerían de un elemento esencial para comunicar cómo se había creado el universo, nuestro sistema solar, el hombre. Ellos, los aedos, necesitaban de la palabra, como nosotros para no convertirnos en una pseudo imagen del otro y de nosotros mismos.
Nuestros antepasados desarrollaron la palabra, el verbo en forma lenta. Primero fueron sonidos guturales. Con el tiempo se transformaron en pre-palabras. Después en palabras articuladas y arbitrarias en su significado y significante. La palabra se multiplicó y fue posible "ver" y crear nuevas realidades. Las palabras se compartieron, se vistieron de distintos colores, para expresar lo mismo según cultura y lugar geográfico: insula = isla; windows, fenetre = ventana; pferd, cavallo, cavalo = caballo.
Nuestro cuerpo buscó nuevas de comunicar, pero nunca ha dejado de lado o en el anonimato la palabra. Ella se conserva en nuestra diaria existencia, la amamos, la mutilamos, la recreamos y ella, sabia y tenaz permanece siempre dispuesta para ser el puente, el cordón umbilical, el cordón de plata de la comunicación.
Conservamos las palabras en la memoria, en nuestros documentos word de nuestro computador, en los teléfonos celulares cuando enviamos mensajes de texto o agregamos un contacto. La palabra y su extensa familia está en todas partes. Es una presencia/ausencia; está y no está. Ausente cuando no hablo, presente cuando pienso: presente cuando hablo, ausente cuando no pienso; presente en los sueños, ausente en la muerte. Presente en nosotros que estamos vivos, aunque algunas veces la olvidamos.
Invoquemos las palabras como Neruda para que nuestra comunicación sea más rica, creativa y fluida.
A los alumnos de Comunicación II, Universidad Tecnológica de Chile, bienvenidos a este espacio de nuevas palabras y nuevos espacios comunicativos/creativos.
Pido permiso a Pablo Neruda para que les de la bienvenida.
ODA AL DICCIONARIO
Lomo de buey, pesado
cargador, sistemático
libro espeso:
de joven
te ignore, me vistió
la suficiencia y me creí repleto,
y orondo como un
melancólico sapo
dictaminé: "Recibo las palabras
directamente
del Sinaí bramante.
Reduciré las formas a la alquimia.
Soy mago".
El gran mago callaba.
El Diccionario,
viejo y pesado, con su chaquetón
de pellejo gastado,
se quedó silencioso
sin mostrar sus probetas.
Pero un día,
después de haberlo usado
y desusado,
después
de declararlo
inútil y anacrónico camello,
cuando por largos meses,
sin protesta, me sirvió de sillón
y de almohada,
se rebeló y plantándose
en mi puerta
creció, movió sus hojas
y sus nidos,
movió la elevación de su follaje:
árbol
era,
natural, generoso
manzano, manzanar o manzanero,
y las palabras,
brillaban en su copa inagotable,
opacas o sonoras
fecundas en la fronda del lenguaje,
cargadas de verdad y de sonido.
Aparto una
sola
de
sus
páginas:
Caporal
Capuchón qué maravilla
pronunciar estas sílabas
con aire,
y más abajo Cápsula
hueca,
esperando aceite o ambrosía,
y junto a ellas
Captura Capucete Capuchina
Caprario Captatorio
palabras
que se deslizan como suaves uvas
o que a la luz estallan
como gérmenes ciegos que esperaron
en las bodegas del vocabulario
y viven otra vez y dan la vida:
una vez más el corazón las quema.
Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,
túmulo, mausoleo,
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente
de la esencia,
granero del idioma. Y es hermoso
recoger en tus filas
la palabra
de estirpe,
la severa
y olvidada
sentencia,
hija de España,
endurecida como reja de arado,
fija en su límite
de anticuada herramienta,
preservada
con su hermosura exacta
y su dureza de medalla.
O la otra
palabra
que allí vimos perdida
entre renglones
y que de pronto
se hizo sabrosa y lisa en nuestra boca
como una almendra
o tierna como un higo.
Diccionario, una mano
de tus mil manos, una
de tus mil esmeraldas,
una
sola
gota
de tus vertientes virginales,
un grano
de
tus
magnánimos graneros
en el momento
justo
a mis labios conduce,
al hilo de mi pluma,
a mi tintero.
De tu espesa y sonora
profundidad de selva,
dame,
cuando lo necesite,
un solo trino, el lujo
de una abeja,
un fragmento caído
de tu antigua madera perfumada
por una eternidad de jazmineros,
una
sílaba,
un temblor, un sonido,
una semilla: de tierra soy y con palabras canto.
Profesor
Manuel González Sánchez
SPERO LUCEM POS TENEPRAS
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martes, 18 de agosto de 2009
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